lunes, 25 de agosto de 2008

PREPARANDO LA MOCHILA

Conforme se van consumiendo los días previos a la partida, van surgiendo las emociones, los deseos de ultimar detalles del viaje, de calcular lo que será imprescindible, y junto a ello, una necesidad imperiosa de dejar ordenado lo de aquí, lo del punto de partida. Todo es dar instrucciones para que no falte de nada, como si quisiera que mi ausencia de un mes, nadie me la pudiera reprochar. Adelanto trabajos, dejo instrucciones completas, encargos y hasta les digo a los bancos lo que hay y no hay de pagar. Parece como si quisiera yo ser una persona importante, y tuviera algo que esconder hasta mi regreso. Voy poniéndole ricas telas al corazón y sin darme cuenta me he disfrazado. Pero ¿puedo comprar algo?… ¿un minuto más de existir? ¿una hora más de felicidad? Me pillo y paro el viento con las manos, me dejo sentir en lo más profundo de mí ser y tal vez,… sí, lo daría todo por un momento, ese en el que estoy. No tengo más. Soy porque estoy y no me puedo ocupar de otra cosa. Espero, me tranquilizo y reconozco que la ilusión no es más que una forma de viajar de un punto a otro de mi existencia. Me dejo soñar porque estoy vivo, abro los ojos porque estoy despierto y respiro porque, como el sueño y la luz, aire te necesito. Voy poniendo los pasos uno detrás de otro, y al ritmo de la música de un son lejano, golpeo la tierra, con mis pies descalzos, sintiéndome enraizado hasta las rodillas. Vivo como el amor me inunda el pecho y me dejo seducir por una vieja canción revolucionaria. Ahora sé que estoy caminando sobre las aguas, llenándome de la energía del monte Tabor, pero sobre todo, me siento mirado por el Creador. Es mi forma de rezar contigo Señor.